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LAS CARTAS DE SAN PABLO
Mons. Juan Straubinger [1883 - 1956] (1)
Doctor Honoris Causa por La Universidad de Müenster, Alemania
Profesor de la Sagrada Escritura en el Seminario Mayor San José
Archdiósesis de La Plata, Argentina
Doctor Honoris Causa por La Universidad de Müenster, Alemania
Profesor de la Sagrada Escritura en el Seminario Mayor San José
Archdiósesis de La Plata, Argentina
NOTA INTRODUCTORIA
Saulo, que después de convertido llamó Pablo - esto es, "pequeño"-, nació en Tarso de Cilicia,
tal vez en el mismo año que Jesús, aunque no lo conoció mientras vivía el Señor. Sus padres,
judíos de la tribu de Benjamín ( Rom. 11, 1; Filip. 3,5), le educaron en la afición a la Ley,
entregándolo a uno de los más célebres doctores, Gamaliel, en cuya escuela el fervoroso
discípulo se compenetró de las doctrinas de los escribas y fariseos, cuyos ideales defendió con
sincera pasión mientras ignoraba el misterio de Cristo. No contento con su formación en las
disciplinas de la Ley, aprendió también el oficio de tejedor, para ganarse la vida con sus
propias manos. El libro de los "Hechos" relata cómo durante sus viajes apostólicos, trabajaba en
eso " de día y de noche" según él mismo lo proclamaba varias veces como ejemplo y constancia de
que no era una carga para la iglesia (véase Hech. 18, 3 y nota).
Las tradiciones humanas de su casa y su escuela, y el celo farisaico por la Ley, hicieron de Pablo
un apasionado sectario, que se creía obligado a entregarse en persona a perseguir a los
discípulos de Jesús. No sólo presenció activamente la lapidación de San Esteban, sino que,
ardiendo de fanatismo, se encaminó a Damasco, para organizar allí la persecución contra el
nombre cristiano. Mas en el camino de Damasco lo esperaba la gracia divina para convertirlo en el
más fiel campeón y doctor de esa gracia que de tal modo había obrado en él. Fué Jesús mismo,
el Peregrino, quien -mostrándole que era más fuerte que él- domó su celo desenfrenado y lo
transformó en un instrumento sin igual para la predicación del Evangelio y la propagación del
Reino de Dios como "Luz revelada a los gentiles"
Desde Damasco fué Pablo al desierto de Arabia (Gal, 1,17) a fin de prepararse, en la soledad,
para esa misión apostólica. Volvió a Damasco, y después de haber tomado contacto en Jerusalén
con el príncipe de los apóstoles, regresó a su patria hasta que su compañero Bernabé le
condujo a Antioquía, donde tuvo oportunidad para mostrar su fervor en la causa de los gentiles y
la doctrina de la Nueva Ley "del Espíritu de vida" que trajo Jesucristo para librarnos de la
esclavitud de la antigua Ley. Hizo en adelante tres grandes viajes apostólicos, que su discípulo
San Lucas refiere en los "Hechos" y que sirvieron de base para la conquista de todo un mundo.
Terminado el tercer viaje, fué preso y conducido a Roma, donde sin duda recobró la libertad
hacia el año 63, aunque desde entonces los últimos cuatro años de su vida están en la
penumbra. Según parece, viajó a España (Rom.15, 24 y 28) e hizo otro viaje a oriente. Murió en
Roma, decapitado por los verdugos de Nerón, el año 67, en el mismo día del martirio de San
Pedro. Sus restos descansan en la basílica de San Pablo en Roma.
Los escritos paulinos son exclusivamente cartas, pero de tanto valor doctrinal y tanta profundidad
sobrenatural como un Evangelio. Las enseñanzas de los Epístolas a los Romanos, a los Corintios,
a los Efesios, y otras, constituyen, como dice San Juan Crisóstomo, una mina inagotable de oro, a
la cual hemos de acudir en todas las circunstancias de la vida, debiendo frecuentarlas mucho hasta
familiarizarnos con su lenguaje, porque su lectura -como dice San Jerónimo- nos recuerda más
bien el trueno que el sonido de palabras.
San Pablo nos da a través de sus cartas un inmenso conocimiento de Cristo. No un conocimiento
sistemático, sino un conocimiento espiritual que es lo que importa. Él es ante todo el Doctor de
la Gracia, el que trata los temas siempre actuales del pecado y la justificación, del Cuerpo
Místico, de la Ley y de la libertad, de la fe y de las obras, de la carne y del espíritu, de la
predestinación y de la reprobación, del Reino de Cristo y su segunda Venida. Los escritores
racionalistas o judíos como Klausner, que de buena fe encuentran diferencia entre el Mensaje del
Maestro y la interpretación del apóstol, no han visto bien la inmensa trascendencia del rechazo
que la sinagoga hizo de Cristo, enviado ante todo "a las ovejas perdidas de Israel" (Mat. 15, 24),
en el tiempo del Evangelio, y del nuevo rechazo que el pueblo judío de la dispersión hizo de la
predicación apostólica que les renovaba en Cristo resucitado las promesas de los antiguos
Profetas; rechazo que trajo la ruptura con Israel y acarreó el paso de la salud a la gentilidad,
seguido muy pronto por la tremenda destrucción del Templo, tal como lo había anunciado el Señor
(Mat. 24)
No hemos de olvidar, pues, que San Pablo fué elegido por Dios para Apóstol de los gentiles
(Hech. 13, 2 y 47; 26, 17 s; Rom 1,5 ), es decir, de nosotros, hijos de paganos, antes "separados
de la sociedad de Israel, extraños a las alianzas, sin esperanza en la promesa y sin Dios en este
mundo" (Ef. 2,12), y que entramos en la salvación a causa de la incredulidad de Israel (véase
Rom. 11, 11 ss; cf. Hech. 28, 23 ss. y notas), siendo llamados al nuevo y gran misterio del Cuerpo
Místico (Ef. 1, 22 s; 3, 4-9; Col. 1, 26). De ahí que Pablo resulte también para nosotros, el
grande e infalible intérprete de las Escrituras antiguas, principalmente de los Salmos y de los
Profetas, citados por él a cada paso. Hay Salmos cuyo discutido significado se fija gracias a las
citas que San pablo hace de ellos; por ejemplo, el Salmo 44, del cual el apóstol nos enseña que
es nada menos que el elogio lírico de Cristo triunfante, hecho por boca del divino Padre (véase
Hebr. 1,8 s). Lo mismo puede decirse de S. 2, 7; 109, 4, etc.
En canon contiene 14 Epístolas que llevan el nombre del gran apóstol de los gentiles, incluso la
destinada a los hebreos. Algunas otras parecen haberse perdido (I Cor. 5,9; Col 4, 16).
La sucesión de las Epístolas paulinas en el canon, no obedece al orden cronológico, sino más
bien a la importancia y al prestigio de sus destinatarios. La de los Hebreos, como dice Chaine,
sí fué agregada al final de pablo y no entre las "católicas", fué a causa de su origen, pero
ello no implica necesariamente que sea posterior a las otras.
En cuanto a las fechas y lugar de la composición de cada una, remitimos al lector a las
indicaciones que damos en las notas iniciales.
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